Hace un año exactamente que me operaron para quitarme un
pecho –con pezón incluido- y lo reconstruyeron con un músculo de la espalda. Lo
he dicho tantas veces que ya me sé de memoria el gesto disimulado de asombro de
la otra persona, cuando explico que despegan un músculo de la espalda, le dan
la vuelta y lo ponen en la parte delantera… tal cual como si se tratara de un
bistec.
A un año de la operación, aún no siento mi espalda en muchas
zonas. Y aunque hay otras zonas que ya recuperaron parte de su sensibilidad, parecen ajenas al rozarlas. Escondidos bajo un sostén de copa gruesa, mis dos pechos se
ven muy normales y nadie diría que uno me falta. Bajo la blusa, el cuento es
otro: el pecho reconstruido en realidad tiene muy bonita forma, pero la
ausencia del pezón lo muestra abandonado, silencioso y asexuado. Y allí si que
no siento nada de nada, como si se tratara de un bichejo ajeno.
Me falta aún la última de las operaciones: la reconstrucción
del pezón. Cuando los médicos me explicaron, mostrándome fotos, cómo quedarían
mis pechos luego de la reconstrucción, yo siempre buscaba el “resultado final”,
el que aún no ostento: los dos pezones, uno en cada pecho. Pero el doctor tenía
pocas de esas fotos y sí muchas de las primeras fases de la operación. Entonces
no entendía por qué, de las diez o doce fotos que veía, sólo dos o tres tenían
el pezón reconstruido. Y ahora entiendo que es todo un largo proceso y que en
el camino, por muchos motivos razonables, algunas mujeres se conforman con el primer resultado.
Yo espero esa última operación como si se tratara de un
arreglo muy importante. Sé que mis pechos no quedarán iguales y que el pezón
reconstruido se verá como eso: un pezón reconstruido. Pero ahí voy, embarcada
en mis asuntos.
Hace apenas un mes en una clase de yoga lloré por el músculo
de la espalda. Había llorado por el pecho, un día antes de la mastectomía bilateral,
como si hubiera muerto alguien... pero nunca en todo este año pensé en el músculo de la espalda. Sin embargo, en plena clase de yoga, hicimos ejercicios boca
arriba y cuando me encontraba concentrada en mi respiración me di cuenta
–¡oh!-¡oh!- que el músculo se había ido de paseo. Porque no es que no esté:
está, y muy vivo, pero fuera de lugar -de hecho este pecho se mueve a voluntad
con ese músculo que quedó desplazado- y atrás, en la espalda, es que se cumple
la verdadera ausencia. ¿Quién se acuerda de la espalda? Hay que usar un
espejito para verla con esfuerzo. La espalda no es de uno: es de los otros que
la ven, pero no parece nuestra. A no ser en esa clase de yoga en donde la espalda sí reclamaba su lugar. Fue en ese momento en el que lloré
y lloré y lloré sin contención, por ese músculo que había perdido y
del cual no tenía noticias.
Ha pasado un año y, además de prepararme para la operación,
me preparo como nunca para mi chequeo anual. Esta vez, a diferencia de las
otras veces, me asusta enormemente ir bajo la máquina a exponer mis pechos y
escuchar de los médicos lo que quiero escuchar: que todo marcha de maravillas,
que voy como espero, que no hay reincidencias ni calcificaciones de nada. En este año transcurrido he visto o conocido casos de otras mujeres con mucha menos suerte que yo… y en cada caso me he preguntado cómo funciona esa extraña
lotería de la vida o la muerte.
Sonia, que Dios te bendiga.
ResponderEliminaradelante.concentrate en el presente para construir el futuro
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